¿Por qué no la iba a querer? Claramente estaba hecha para mí: nos conocimos en la facultad con apenas dieciocho años. Ambos éramos alumnos sobresalientes de economía y ambos teníamos el mismo objetivo: encontrar un buen puesto como contables en una empresa importante. Todo había sido meridianamente claro desde el principio: primero salimos con más amigos, nos cruzábamos miradas, ella se hacía la avergonzada y yo poco a poco me acercaba más a ella. Después comenzamos a salir solos, íbamos al cine, hacíamos escapadas románticas y nos fuimos conociendo, o más bien confirmamos que ya desde el principio habíamos sido capaces de anticipar como era el otro. Poco a poco la relación se fue afianzando, mi madre la adora, su padre me respeta y nuestra boda fue un acontecimiento que todos nuestros amigos recuerdan e incluso, por qué no decirlo, envidian. Finalmente ambos alcanzamos nuestra meta y ahora trabajamos en dos grandes multinacionales, vivimos en un apartamento espacioso a las afueras y cada uno tiene su propio coche con el que se desplaza al trabajo. Prácticamente pasamos el día en el despacho, por la noche, mientras ella pica a conciencia zanahorias para su ensalada y yo sirvo vino en las copas, charlamos acerca de subidas y bajadas de precios, beneficios y datos bursátiles. Todo está claro, no hay resquicio de duda en nuestra relación, tal y como hago con los gastos de la empresa: optimizo. Mi vida parece estar optimizada, perfectamente planeada, como si todo hubiese estado perfectamente planeado, al igual que las citas de la agenda de mi mujer. Los momentos de excitación, la calma, las peleas, los mimos, todo se da en su justa medida, dando como resultado el pleno equilibrio: la armonía de la pareja perfecta. Claramente está hecha para mí. ¿Por qué no la iba a querer?.