Mira que me costó sacarle de Los Italianos un helado de limón, aunque mucho mejores habían sido aquellos regalos tan duraderos: un tornillo pequeñito y uno grande con arandela y todo. He de confesarlo: el tornillo pequeño se me perdió, lo ahogué en típex y luego debío caer en alguna parte para nunca volver a salir. La arandela la llevaba enganchada en los cordones de un abrigo amarillo (¿o mostaza? ¡qué mas da!), el abrigo debió correr igual suerte que el tornillo pequeño, lo que descarta a la aspiradora como culpable de la desaparición. Del tornillo grande ahora cuelgan mis trofeos académicos, brillantes pendientes de sus hilos, con mi nombre, mis dos apellidos y en varios idiomas, el nombre de alguna que otra universidad.
En distintos idiomas se habla también en el lugar donde nos bebimos aquella bebida con gas, ahora el local de unos suecos. Una rubia y su ex novio. Una pena, con lo buena pareja que hacían y lo que los quería la vieja del tercero, esa que por no hacer la cena tomaba cerveza y tres tapas de vez en cuando sentada en una mesa con su perro entre los pies. El ex novio, rubio también, con predilección por los Red Hot Chilly Peppers, de vez en cuando se da largos paseos por el Albaycín.
El Albaycín... allí también estuvimos alguna vez, bajando la cuesta de la Cava, cuando descubrí que "balate" era una palabra extraña en mis labios y que por muchas frases que forme con ella no excusa mi forma patosa de bajar cuestas. Es curioso, en la base de esa cuesta nació el botellón en Granada, el dueño del bar vendía litros y la gente los bebía en la terraza. sin sillas. en los años 70.
Y ya que estamos con las bebidas, el 11 al que me acompañó el día que compré todos aquellos tickets de tinto, cerveza y refresco, ahora ya no se llama 11 sino 21 y además ha cambiado el recorrido. A pesar de lo que el camarero pensara aquellas entradas no eran para celebrar mi cumpleaños sino para repartir entre todos los que llevaba apuntados en la lista, que en realidad no eran quienes decían ser y tenían que darse a conocer con pegatinas, que por cierto, tenían poco pegamento. Como la de aquel día en el pub donde comí chorizo por insistencia de aquel hombre que amablemente llevó embutidos donde sólo había cosas para beber y que se empeñaba en que me sentara en el taburete de al lado.
Cuando vimos a los argentinos sí que escogimos mal el asiento, tendríamos que habernos pillado el sillón, evitando a las señoras de detrás. No he vuelto a pisar ese cine desde entonces, está en mi lista bajo el apartado "por hacer". Por cierto, no lloré (glasp), él, tampoco.
Aunque casi lloro de emoción cuando su explicación online del b&b me facilitó un sobresaliente, y es que más de una vez me ha sacado esas castañas del fuego, otra vez fui yo la que colaboré en sacar palabras inglesas. El otro día por casualidad, volví a descubrir esa canción.
Y más descubrimientos... esa tetería con los arándanos y el pastel de chocolate, algún que otro grupo, como massive atack que empezó gota a gota (lágrima en el fuego, plumas en mi aliento).
Más todavía: conciertos, viajes, fiestas (ir a fiestas a pie porque usurpo el puesto en un taxi... ainss perdón), algún que otro paseo, visitas turísticas, tapeo. En fin, y que a pesar de ser de la familia, no te haya dado ni un abrazo... considera este post como uno.
¿Qué me queda por decir? Mucho. Pero lo principal: las páginas en blanco asustan al principio, cuando se presentan ante tí sin avisar, de pronto, indecentes, desnudas, desafiantes. Pero pronto pierden todo ese descaro y son la mejor materia prima para esculpir, modelar, dibujar, escribir y componer todo lo bello y todo lo bueno que espera a que pongas las manos sobre ellas.