Dicen que aunque no queramos, todos tenemos una manía, costumbres que hemos adquirido de una forma u otra, acciones que repetimos sin darnos cuenta y que son muy difíciles de eliminar. Pues bien, he de confesar que yo tengo una. Yo no lo consideraría tanto una manía como un pequeño gusto que me doy cada vez que puedo, aunque supongo que se debe a que todavía no he dado el primer paso a la recuperación (el de reconocer que tengo una). Todo empezó con las sábanas limpias. Sí, ese detalle alegre es el origen de mi manía. Y es que no puedo evitarlo, pero me pirra el olor a sábana limpia, por eso duermo con el filo de la sábana justo debajo de la nariz, aspirando ese perfume hasta que me quedo frita. Esto lo hago siempre, pero siempre, siempre... hasta en verano. Cuando en verano todo el mundo está acalorado durmiendo como Dios lo trajo al mundo, tirando la ropa de cama al suelo, yo me tengo que tapar con la sábana y ponerla debajo de mi nariz. La cosa llega a ser bastante grave y hago lo mismo con pañuelos al cuello, bufandas e incluso si el formato lo permite, con jerseys de cuello alto. En invierno, aún en espacios cerrados es un espectáculo verme respirando a través de mi bufanda, que siempre que la ocasión lo permite llevo justo por debajo de la nariz o tapándomela completamente. Estoy pensando en dejarlo, hacer alguna cura de desintoxicación, pero la cosa va estar difícil. Lo admito. No puedo dormir sin mi manía, se me pone la nariz fría y me entra el mono.