viernes, junio 03, 2005

A la anciana desconocida

Debajo de una mesa se esconde una niña. Tiene miedo. Oye voces de camiones y ecos de fusiles. Ella nunca verá una bala, ni escuchará gritos de manos atadas, sin embargo lo tacará vivir algo peor: el silencio. En la calle nunca nadie dice nada y en su casa le adoctrinan bien: nada tiene que decir. Los camiones dejaron de pasar, pero el miedo no. Miedo a la palabra, palabra que te señala como un dedo acusador, que dibuja listas tristes. Miedo a pensar que la nada del presente en realidad está llena de todos.

Ahora que las arrugas dividen su rostro, no tiene batallas que contar. Tan sólo habla de pan, de familia y televisores en blanco y negro. De lo demás... de lo demás NADA. Tan solo el miedo pasó solemne, abrazándola, debajo de aquella mesa, sobre las cunas de sus hijos, en el olvido de los nietos. Y todo el mundo se puede dividir en dos: los de aquí, los de allí. Nada se puede contar, aunque en realidad, se podría decir de TODO.